el armario
Es una catástrofe. Siento el estrés que sube desde mis pies, da vueltas en mi cabeza y termina por paralizarme las manos. Una auténtica catástrofe. Las dos puertas de mi armario abiertas. Él sentado en la cama. Una catástrofe.
Tras el pánico sufrido como consecuencia de la oferta laboral, pasamos a la acción y dimos nuesto primer paso adelante: ha aceptado instalarse definitivamente en mi apartamento. Ya no será más mi apartamento, sino nuestra casa. Y es genial. Me muero de ilusión. Además, económicamente va a suponer una importante mejora para ambos. Por fin se terminaron las visitas periódicas a su apartamento para coger ropa limpia. ¡Hurra! podremos liberarnos de ese hedor nauseabundo que hay en las escaleras. ¡Qué pestilencia! Al principio, cuando entras en el portal, parece que “sólo” es un poco de humedad. A medida que vas subiendo escalones es posible distinguir, además de la humedad, el fantástico olor de los orines de gato. Unos escalones más arriba dirías que el gato se orinó en una mancha inmensa de humedad y luego se murió... y que lleva 7 meses muerto en el hueco de las escaleras. A la altura de su apartamento ya no sé a qué huele... ya he dejado de respirar. Así que por el momento todo es positivismo, la vie en rose et tout ça. Tenemos una organización perfecta... parecemos relojes suizos con sincronismo atómico.
Pero era de esperar que yo encontrara alguna falla en la situación (parece que si no veo un problema tengo que crearlo...). Me siento de vuelta a la infancia (y no... no siempre es bonito). He vuelto a revivir aquellos momentos de pelea con mi madre cuando me obligaba a organizar mi cuarto. Yo chillaba, lloraba y renegaba. Le intentaba explicar que mi desorden no era un problema para nadie. Que yo sabía exactamente dónde estaba cada cosa. No es que yo sea una especie de desastre natural (así como mi amiga “cabra del monte alto”) y claro está, tampoco estoy en el polo opuesto, como aquel compañero de piso que “cabra del monte alto” y yo tuvimos. Pero en ocasiones, mis armarios sufren un deterioro progresivo, una degeneración imparable que desemboca inexorablemente en un montón (del verbo montañita, no del verbo cantidad enorme... y que me perdone Casciari por el giro) de ropa de todas las temporadas y todos los colores que parece haber sido escupida por perchas y cajones. Esa es la situación de mi armario. Nada está en su sitio... ni siquiera hay un sitio definido para cada cosa... ni siquiera es calificable como armario.
Siempre pensé que el comienzo de una convivencia como la nuestra, tendría que ser a todas luces traumática. Pensaba que me sentiría invadida en mi intimidad, que perdería libertad. Después de tantos años de soledad exagerada, no esperaba que compartirlo todo fuera tan sencillo. Sólo hay un defecto, algo insportable. Lo único que lamento profundamente es que tengo que colocar mis armarios... de otra manera sería imposible cederle la mitad del espacio. Las dos puertas de mi armario abiertas. Él sentado en la cama. Una auténtica catástrofe.
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