yo creía que era un buen regalo
Aún faltan meses… muchos meses. Pero no puedo evitarlo. Necesito pensar en su regalo de cumpleaños. Necesito que sea especial. Inolvidable. Incomparable. En un único gesto tiene que quedar patente un buen cúmulo de cosas. Tengo que demostrar que le conozco, que me anticipo a sus deseos... tengo que acertar con el regalo perfecto. Ha de ser un regalo de altura y por eso tengo que empezar a organizarlo con tantos meses de antelación.
La idea inicial es un viaje. Pero, ¿qué ciudad puede cumplir con todas las condiciones necesarias?. Y cuando digo todas... me refiero a que no son pocas: tiene que ser una ciudad hermosa, romántica, única, que Él no conozca, que esté en el espacio Schengen y cuya estancia y desplazamiento yo pueda pagar (por partida doble... ¡¡¡no prentendo que Él vaya solo!!!).
El aspecto económico es además un arma de doble filo. Por un lado tenemos la cuestión de “cuánto puedo pagar”. No se trata de algo metafísico, trascendental o moral. Lo único que tengo que hacer son unas poquitas cuentas. Pero por otro lado tenemos la cuestión de “cuánto debo pagar”. ¡Ja! ¿cuánto pagar por el primer regalo para un novio? Ahora sí hablamos de palabras mayores. En fin, tocaba buscar, pensar, sopesar y contar...
Durante unas poquitas semanas utilicé todas las artimañas a mi alcance para provocar conversaciones que pudieran aclararme (al menos levemente) qué ciudades podían ser más compatibles con sus expectativas. Y una es boba... pero no idiota... o sí, no sé. Las conversaciones no podían provocarse de forma demasiado directa. No podía permitirme cosas del tipo: mi amor, ¿te gustan las ciudades que son fresquitas en verano?. Frases como ésta despiertan las sospechas en cualquier persona. Intentaba mejor las sutilezas como: nene, ¿crees que la cultura greco-romana también ha influido en tus tradiciones?... (pausa para vuestras risas)... Y sí. Era un fracaso total. Lo único que conseguía eran respuestas extrañadas: ¿por qué me pregunta eso? Yo qué se... ¿qué quiere decir con eso exactamente? (sí, me trata de usted... y me encanta). Creo que en el fondo no supe encontrar la forma adecuada... demasiada sutileza... me temo.
En definitiva, no conseguí mucha información que pudiera serme útil y tenía que arreglármelas yo solita... yo bobita. Por suerte, los mortales de este planeta contamos con una maravillosa y no siempre bien apreciada herramienta que se llama internet. Con unos cuantos clicks... unas cuantas visionadas del mapa de Europa... unas poquitas horas de procrastinación... ya está... ni puñetera idea de qué ciudad nos puede ir bien. Esto es de locos. Todo es demasiado caro... todo está demasiado lejos... todo me parece insuficientemente interesante... nada es tan hermoso como para merecer ser regalado... aaaaaaaaaaaaahhhhhhhhhh.
De repente se hizo la luz. Un click con el ratón... y otro click en el cerebro. Todo cobró sentido en un instante. Lo vi claro. El monitor me mostraba el regalo perfecto... todo cuadraba... y no era un viaje (al menos en el sentido clásico del término). La oferta era aceptable a nivel económico (en sus vertientes metafísica y material), era un regalo original (algo extremadamente importante... otro día puede que hablemos del tema) y yo podía elegir la fecha que quisiera. En mi cabeza resonaba alguna conversación que me indicaba que sí, que era adecuado a sus expectativas; es más, era algo con lo que Él probablemente había soñado desde su más tierna infancia. Saqué la tarjeta del bolso y sin más dilación, lo encargué. Me sentí tremendamente orgullosa de mí. Era perfecto.
A los pocos días de tener el encargo hecho, recibí una llamada telefónica de la empresa que organizaba el asunto en cuestión, para pedirme que fijáramos la fecha de realización. Yo sólo tenía que confirmar que Él no había pensado nada para el día de su cumpleaños (teniendo en cuenta que aún faltaban alrededor de 5 meses... las probabilidades eran ínfimas... pero nunca se sabe), lo que me llevó nuevamente a la implementación de mi técnica “sutileza aplicada”: nene, no habrás pensado nada para tu cumple, ¿verdad?. Su respuesta me dejó rota, descolocada: no se vaya a gastar la platica en un viaje, ¿vale?. Joder, ni la más remota idea de cómo pudo haber llegado a esa conclusión (nuevo espacio-pausa para vuestras risas). Pero una vez pasado el susto, sentí una satisfacción enorme al decirle que no... que se equivocaba... que no hay viaje... que lo que tenía en mente era bien distinto. Y con esta sencilla situación, abrí la caja de Pandora. Entonces, de vez en cuando, los trayectos en el coche se convirtieron en algo así:
- ¿y qué es?
- No
- ¿y dónde es?
- No
- ¿me va a gustar?
- Uff
- ¿es cerca de París?
- Podría ser
- ¿es un parque de atracciones?
- No (añádase además una enorme cara de extrañeza por mi parte)
- ¿y qué es?
- No
- ¿y qué es?...
- no
- déme una pista...
- no
- porfis
- no
- pero, ¿qué es?
- No
No sé si merece la pena destacar que la sutileza no, no se encuentra entre sus virtudes y/o defectos. Pero yo me divertía enormemente... no alcanzaba a imaginarse cuál iba a ser su primer regalo de cumpleaños. Hubiera querido prolongar este juego durante meses... incluso hasta el día de su cumpleaños. Obviamente, fue imposible. Se trata de algo genético... y sin explicación.
Un día llegó una carta. Un sobre a mi nombre pero cuyo contenido era para Él. Era la confirmación de compra de su regalo... en el interior estaba incluso el confeti de celebración. Y lo escondí antes de que se percibiera de su presencia. Pero supo de su existencia. Poco después, la tarea investigadora que Él repetía en el coche, volvió:
- ¿y qué es?
- No
- ¿y dónde es?
- No
- ¿y por qué hay que confirmar la fecha?
- (silencio...)
- ¿qué es? No entiendo nada
- ya pero...
- no, boba, yo quiero saber
- pero no porque...
- ¿pero qué más da? si ya lo ha comprado...
- ¡pero yo quiero que sea una sorpresa el día de tu cumple!
- A mí me da igual...
- No
- Porfis
- No
- Porfis
- No
Indudablemente, cedí. No pude resistirme a su vocecita y su carita de pena.
Cuando llegamos a casa, jugamos un rato a “frío, frío... caliente, caliente” hasta que encontró el sobre. Y con el hallazgo, mi dolor. Fue horrible. Faltó bien poquito para que una vez más, boba del todo, arrancara a llorar. Yo no entendía por qué, lo que se suponía era un regalo perfecto, sólo generó un gesto de indiferencia por su parte. Pensé que si no había acertado con esto, no lo haría nunca. ¿Qué iba a tener que regalarle entonces? ¿Podría devolver el regalo?
Retomé la calma y me imaginé que el problema era que no había entendido bien en qué consistía el regalo. Se lo expliqué:
- mira mi amor, es un curso de pilotaje en avión
- ...
- en un avión de verdad
- ...
- media hora de curso teórico y otra media de vuelo
- ...
- tú vas a llevar los mandos del avión
- ...
- ¡y yo voy detrás haciendo fotos!
- ...
- ¡vas a pilotar un avión!
Y entonces, en un tono neutro, carente de emoción... o de cualquier expresión, sin ilusión alguna (que era en realidad lo único que yo esperaba por su parte), me dio las gracias y me dijo que le gustaba mucho. No le creí. No pude creerle... nos costó horas de conversación que yo entendiera que Él... es así.
Aunque finalmente comprendí que efectivamente le gustó, en navidades, intentaré acordarme.