de vallenatos y cortauñas
Que algo importante está sucediendo en mi vida, resulta, a todas luces, evidente. Son decenas de detalles (para todos los gustos, oiga) que tejen todo un entramado de cambios en nuestros hábitos. Como por ejemplo, el que acaba de suceder: acabo de hablar de nuestros hábitos y no de mis hábitos. Pero si hay algo particularmente llamativo es la naturalidad absoluta con la que todo sucede alrededor. Por suerte, ambos somos testigos excepcionales que pueden dar fe de todos y cada uno de estos cambios. Y cuando, mutuamente, nos descubrimos en flagrante delito, se genera una deliciosa atmósfera de diversión, emoción y ridículo. Como sé que todas estas sorpresas terminarán por desaparecer, trato de disfrutarlas y degustarlas en todo su esplendor; el único inconveniente, es que son completamente inesperadas, como consecuencia directa de la naturalidad (insisto) con la que se acontecen los echos. Todos los echos.
Hace algunos días surgió una de estas situaciones. No voy a entrar en austeras descripciones, pero la ducha del apartamento es una especie de cabina abierta por la parte superior que se encuentra en un sub-espacio que carece de puerta... y de paredes. Una simple cortina separa lo que se conoce como “salle d’eau” (cuarto de agua) y el dormitorio. Lo sé. A mí también me pareción un tanto bizarro cuando me vine a vivir Acá. Pero realmente lo que esto provoca es que yo pueda disfrutar de un nuevo pequeño vicio: observarle mientras se ducha. Aunque el día al que estoy haciendo referencia no era el caso. Él estaba a lo suyo y yo... no recuerdo qué era lo que yo estaba haciendo. Fuera lo que fuese, me obligaba a ir de un sitio a otro. Y fuera lo que fuese, no me impedía tararear al mismo tiempo. Hasta aquí no hay nada que a cualquier mortal pudiera llamar la atención. Pero Él sí se dió cuenta: Tras una sonora carcajada me preguntó (por supuesto, con un claro tono de mofa) que si realmente estaba cantando por Diomedes Díaz. Y sí señores, en mucho menos tiempo del que yo pensaba, ya había comenzado a tararear vallenatos. Ya no hay marcha atrás.
Pero por suerte y tal y como comentaba al inicio, este tipo de situaciones nos sorprende a ambos por igual. Como aquella otra noche en la que ambos estábamos tranquilamente en el apartamento, disfrutanto de un poco de basura televisiva, sentaditos en el sofá. En un momento determinado, Él se incorpora y declara a viva voz su deseo expreso de cortarse las uñas. Entonces, en un acto que considero de total normalidad, Él se dirige hacia el baño. Mi sorpresa surge sin embargo cuando lo vi que regresaba al salón con el cortauñas en la mano y se vuelve a sentar a mi lado, en el sofá. Yo le observo atentamente, aún sin tener muy claro qué estaba pasando en realidad. Pero en el momento en el que lo vi blandiendo el artilugio con la clara intención de cortarse las uñas allí, en el salón, mi reacción no se hizo esperar. - ¿Qué estás haciendo? – fue lo único que alcancé a decir. Y por su cara, pude ver pasar rápidamente, primero la sorpresa extrema y luego la burla nítidamente (esta última como consecuencia de mi expresión facial). – Después pensaba recogerlas – me espetó. Y entre carcajadas me preguntaba que dónde carajo me cortaba yo las uñas normalmente (al tiempo que se dirigía al baño para cortárselas allí).
Visto ahora, en la distancia, la situación parece absurda. Y lo reconozco: a día de hoy, no sé por qué, no me importaría que se cortara las uñas donde quisiera, pero en su momento, aquel acto supuso una sorpresa que todavía hoy nos saca una tímida sonrisa.
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