la prohibición
Me gusta ser anfitriona. Y aunque pueda parecer extraño, no se debe a los halagos o felicitaciones que suelen (y deben) llegar por parte de los invitados (sobre todo porque rara vez me los creo). Sencillamente me gusta ser anfitriona por "la orquestación": me gusta decidir el menú, hacer la compra, cocinar, organizar, recibir, festejar y finalmente despedir. Yo creo que por eso siempre he tenido una habilidad especial para encontrar una razón inexcusable con el fin de celebrar tal o cual cosa. En aquella ocasión, sin embargo, fue más fácil que de costumbre porque la navidad nos amenazaba a todos con su tintineo, sus luces y su frío.
Nuestro grupo de amigos, o lo que es lo mismo, nuestra pequeña familia (porque todos somos extranjeros Acá) está formado por seis personas de dos nacionalidades diferentes. Para esta ocasión, los seis que conformamos el grupo teníamos planes de manera independiente, con lo que era "obligatorio" celebrar la navidad entre nosotros con antelación. Tiramos la casa por la ventana: cóctel de marisco, setas empanadas, cake de olivas, vinos selectos, champagne, cotillón... no faltaba nada. Completaban el cuadro nuestros atuendos de fiesta, corbatas y tacones incluidos. Y por supuesto, él también estaba (vaya, es que él es uno de los seis). Y yo volví a fantasear con él. Mientras organizaba la cena, mientras compraba los langostinos, mientras buscaba las servilletas rojas... yo fantaseaba con él. Y comencé a sentir pánico (y un poquito ganas de morirme) a medida que la noche avanzaba y yo veía que la fantasía iba tomando tintes de realidad.
Todos se fueron y sólo quedó él. - "Demasiado vino para conducir hasta mi casa"- dijo. Y yo me eché a temblar. ¿Podría ser verdad? Iba a quedarse en mi casa... toda la noche... y no había nadie más. Creo que me temblaban hasta las orejas, aunque no lo recuerdo muy bien porque yo sólo podía concentrarme en que no se me notara nada. Cuando el que te gusta (o no te gusta... o no lo sabes... o sólo forma parte de una fantasía, de un juego) es un amigo, no puedes dejarle entrever que te gustaría tener algo con él, porque siempre hay que guardarse la reserva del orgullo. Así que pasó lo que tenía que pasar: hablamos durante mucho tiempo. Hablamos.
Finalmente nos fuimos a dormir. Yo me acosté a su lado, quieta, muy quieta, para que casi no me oyera respirar. - "Si quiere algo conmigo éste es el momento perfecto" - pensaba yo - "pero sobre todo, no te muevas Mari, tú no te muevas". Y no pasó nada. Un minuto más tarde, tampoco pasó nada. Dos minutos más tarde mi pensamiento era completamente distinto. ¿Cómo pude ser tan idiota? ¿Cómo pude olvidar el tamaño de mi culo, la posición de mis tetas, mi estatura...? ¿Cómo pude realmente llegar a ilusionarme? ¿Cómo? Y en su tercer ronquido decidí que era absolutamente necesario instaurar el estado de sitio a aquella fantasía. En ese preciso instante, me lo prohibí. En ese preciso instante, apreté los dientes y nació la prohibición: nunca más volvería a fantasear con él. Prohibido. Caca. No se toca.
2 comentarios
solo un bobo -
cabradelmontealto -