y ahora, ¿qué?
Durante cortos períodos de tiempo, del orden de décimas de segundo, conseguía salir del laberinto que se tejía en mi cabeza. Lamentablemente, lo único que era capaz de hacer durante esos breves instantes de lucidez era atormentarme con la idea de que todos los presentes lo notaban; estaba convencida de que todos sabían qué era lo que había pasado y me avergonzaba. Desde luego, el hecho de que mi colega el bruto hubiera visto cómo Él salía semidesnudo de la cama en la que ambos habíamos dormido me hacía sospechar que se trataba de algo evidente (al menos a ojos del bruto). No hacían falta muchas explicaciones. Había pasado lo que había pasado. Yo sólo esperaba ver la sorna en sus miradas. Rápidamente yo volvía a mi estado de máxima idiotez en el que se repetía sin descanso "la secuencia", eso sí, completa: desde que Él me tomó las manos, hasta que me desperté, ligerita de ropa, a su lado.
Tanta repetición en mi cabeza, además de tenerme agotada, me estaba impidiendo pensar en qué era lo que había sucedido realmente. No podía realizar de ninguna manera mi propio análisis. Pero lo intentaba. ¿Por qué me había olvidado de la prohibición ? ¿La había olvidado o yo la había ignorado deliberadamente? Ahora ya no importaba mucho. Ya estaba hecho. La mezcla de dudas, inseguridades, sospechas, alcohol y falta de sueño estaba a punto de desbordarme; y para entonces yo tenía otra vez la casa llena de gente con la cara y los brazos pintados de grandes estupideces . Yo quería gritar. Los quería echar a todos de mi casa. A Él también (aunque a este respecto estaba confusa. Hubiera aceptado que sólo se quedara Él. Creo). Necesitaba pensar, ¿es que no lo entendían? ¿por qué me hablaban? ¿acaso no podían ver en qué situación me encontraba?. Sólo quería tiempo... pero no se iban. Él tampoco.
A medida que el día avanzaba, el bucle infernal me dedicaba más minutos de tregua. Lejos de ser algo positivo, en cuanto mi cerebro estuvo libre durante más de 20 segundos seguidos, le di rienda suelta a todos mis miedos, complejos y sucedáneos. Es decir, dejé de retomar sin descanso “la secuencia” para comenzar con una nueva pesadilla, titulada: ¿y Él qué pensará ahora de mí? Y con subtítulo: ¿que soy una fresca? ¿que le he utilizado? ¿o Él a mí? Esta última cuestión me estrujaba especialmente el estómago cada vez que circulaba por mis pensamientos.
De repente y sin saber cómo, todas las preguntas e iteraciones desaparecieron de mi mente (por suerte, casi todos mis invitados también habían ido desapareciendo). Lo único que podía sentir era el pavor de haber sido una chica de una noche para Él, consciente de que esto sólo me preocupaba porque se trataba de Él y no de cualquier otro. Notaba el pánico en mi pecho, el temor de haber sido sólo un buen rato; lo único que me consolaba era pensar que al menos fui eso, un buen rato. Y me entraban unas ganas de llorar, que se aferraban a mi garganta y no me dejaban ni hablar, ni comer, ni nada de nada. Entonces Él acarició mi nuca y se fue.
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