Blogia

ahora que soy una novia boba

y ahora, ¿qué?

Hay días que te despiertas con la sensación de que tu cerebro se ha quedado bloqueado en un punto de no retorno; existe entonces una única opción que consiste en dejar que tu materia gris repita su rutina (lo que yo bauticé como "la secuencia") mientras tú disimulas y te esfuerzas en que no se note que hoy eres idiota. Esa mañana yo me desperté siendo completamente idiota. Buscaba incesantemente algún atisbo de inteligencia básica en mi interior, pero no hubo respuesta. A duras penas alcancé a hilar algunas frases elementales de cortesía matutina para los rezagados que se habían quedado en mi casa después de la fiesta. Con serios esfuerzos, conseguí preparar café para todos. Yo aún mantenía la vana esperanza de que la cafeína estimulara la conexión neuronal que me sacara de aquel bucle estúpido. Pero no. Y todos querían hablar (lo que implicaba usar activamente el cerebro). La fiesta había sido suficientemente intensa como para empezar, ya desde bien temprano, con el análisis pormenorizado de la misma.

Durante cortos períodos de tiempo, del orden de décimas de segundo, conseguía salir del laberinto que se tejía en mi cabeza. Lamentablemente, lo único que era capaz de hacer durante esos breves instantes de lucidez era atormentarme con la idea de que todos los presentes lo notaban; estaba convencida de que todos sabían qué era lo que había pasado y me avergonzaba. Desde luego, el hecho de que mi colega el bruto hubiera visto cómo Él salía semidesnudo de la cama en la que ambos habíamos dormido me hacía sospechar que se trataba de algo evidente (al menos a ojos del bruto). No hacían falta muchas explicaciones. Había pasado lo que había pasado. Yo sólo esperaba ver la sorna en sus miradas. Rápidamente yo volvía a mi estado de máxima idiotez en el que se repetía sin descanso "la secuencia", eso sí, completa: desde que Él me tomó las manos, hasta que me desperté, ligerita de ropa, a su lado.

Tanta repetición en mi cabeza, además de tenerme agotada, me estaba impidiendo pensar en qué era lo que había sucedido realmente. No podía realizar de ninguna manera mi propio análisis. Pero lo intentaba. ¿Por qué me había olvidado de la prohibición ? ¿La había olvidado o yo la había ignorado deliberadamente? Ahora ya no importaba mucho. Ya estaba hecho. La mezcla de dudas, inseguridades, sospechas, alcohol y falta de sueño estaba a punto de desbordarme; y para entonces yo tenía otra vez la casa llena de gente con la cara y los brazos pintados de grandes estupideces . Yo quería gritar. Los quería echar a todos de mi casa. A Él también (aunque a este respecto estaba confusa. Hubiera aceptado que sólo se quedara Él. Creo). Necesitaba pensar, ¿es que no lo entendían? ¿por qué me hablaban? ¿acaso no podían ver en qué situación me encontraba?. Sólo quería tiempo... pero no se iban. Él tampoco.

A medida que el día avanzaba, el bucle infernal me dedicaba más minutos de tregua. Lejos de ser algo positivo, en cuanto mi cerebro estuvo libre durante más de 20 segundos seguidos, le di rienda suelta a todos mis miedos, complejos y sucedáneos. Es decir, dejé de retomar sin descanso “la secuencia” para comenzar con una nueva pesadilla, titulada: ¿y Él qué pensará ahora de mí? Y con subtítulo: ¿que soy una fresca? ¿que le he utilizado? ¿o Él a mí? Esta última cuestión me estrujaba especialmente el estómago cada vez que circulaba por mis pensamientos.

De repente y sin saber cómo, todas las preguntas e iteraciones desaparecieron de mi mente (por suerte, casi todos mis invitados también habían ido desapareciendo). Lo único que podía sentir era el pavor de haber sido una chica de una noche para Él, consciente de que esto sólo me preocupaba porque se trataba de Él y no de cualquier otro. Notaba el pánico en mi pecho, el temor de haber sido sólo un buen rato; lo único que me consolaba era pensar que al menos fui eso, un buen rato. Y me entraban unas ganas de llorar, que se aferraban a mi garganta y no me dejaban ni hablar, ni comer, ni nada de nada. Entonces Él acarició mi nuca y se fue.

¿qué está pasando?

Siempre he considerado que he tenido buena suerte con los amigos. Por supuesto, durante todos estos años me he ido encontrando con auténticos desgraciados y con colegas que resultaron no ser tan colegas y que sencillamente se han ido perdiendo, así como los hombres pierden el pelo y las mujeres la inocencia infantil. Pero los que quedan, ¡ay, los que quedan son geniales! Y hay momentos en los que se les nota especialmente. Como cuando no cuentas con muchas esperanzas de tener a alguien a tu lado, alguien que te mime, te cuide, te enfade y te soporte; momentos en los que las fiestas con los amigos son lo más importante.

Después de las vacaciones de navidad , yo me incorporé a la rutina Acá más tarde que el resto debido a mis obligaciones laborales. Por eso, casi sin darme cuenta, estaba organizando mi fiesta de cumpleaños. Este año decidí que cumpliría 25 (nada grave, teniendo en cuenta que el año anterior decidí que tenía 22 primaveras), porque además de ser una cifra redonda, me acercaba un poco más a mis amigos. Y un poco también porque cuando cumplí 25 de verdad (quiero decir, la primera vez que los cumplí) disfruté la vida a fondo y tenía la esperanza de que se volviera a repetir.

Todo estaba preparado para lo que se prometía como una celebración inolvidable: un buen puñado de gente con ganas de fiesta, litros de sangría, cerveza, whisky, ron, vodka, comida basura y siete nacionalidades diferentes. La música era responsabilidad del loco del grupo con lo que la diversión estaba garantizada. Entre todos conseguimos finalmente que mi segundo 25 cumpleaños fuera lo que yo quería, o mejor dicho, lo que yo necesitaba: un fiestón del que todavía se está hablando (aprovecho para agradecer a mis vecinos que no hicieran acto de presencia en las más de 10 horas que duró el evento).

Comencé a recibir gente a las ocho de la tarde con la idea de empezar la noche de una forma tranquila. El loco no llegaría hasta las once y eso marcaría un punto de inflexión en la fiesta. Todo salía a pedir de boca: la gente se integraba, todo el mundo comía y yo me encargaba de que ningún vaso estuviera vacío. Y cuando el loco llegó, todos bailamos como posesos, aplaudimos, cantamos, gritamos y reímos; reímos mucho. Los flashes de las cámaras no descansaban. Los vídeos se sucedían casi al mismo ritmo que los vasos de sangría.

Así llegó un momento en el que la fiesta parecía desbocada, pero la realidad es que tenía el nivel justito de control: no había heridos, ni cristales rotos y nadie había llamado a la policía, de modo que la fiesta podía continuar. Saqué las gafas de sol y los rotuladores para pintarnos los unos a los otros (lo sé, nada justifica lo de las gafas de sol). Mientras la mitad de mis invitados gritaba corriendo por los 40 m2 de mi apartamento huyendo de la otra mitad (justamente la mitad que portaba los rotuladores como armas dispuestas a ser usadas) la fiesta para mí parecía haber pasado a una dimensión diferente. Como si otro universo paralelo y que sólo yo veía (o eso pensaba en aquel instante) se hubiera apoderado de nosotros. Yo únicamente alcanzaba a preguntarme una y otra vez: ¿qué está pasando? ¿qué está pasando? ¿qué está pasando?... y en un intento desesperado por comprender qué ocurría, comencé a recapitular la noche, pensando que había algo a lo que yo no había estado atenta; algo de lo que yo no me había percatado. Sólo conseguí esto:

1.- la noche comenzó tranquila. Las conversaciones fluían a media voz. El loco no había llegado todavía. Yo tenía una cerveza en la mano.

2.- la fiesta comenzaba a animarse porque ya se escuchaban risas y voces. La mezcla de culturas comenzaba a notarse pero el loco aún no había llegado. Yo tenía en una mano una jarra de sangría (evitando los vasos vacíos) y en la otra mi propio vaso.

3.- la fiesta ya no estaba nada tranquila. El loco ya había llegado y todos gritaban, bailaban o reían, o lo hacían todo al mismo tiempo. Yo tenía un ron en una mano y un rotulador verde en la otra.

4.- la fiesta seguía sin estar tranquila; algunos continuan gritando mientras otros vomitan o duermen... pero es como si yo no los viera. No entiendo nada. Él sujeta mis manos. Él sujeta mis manos. Él sujeta mis manos. Él sujeta mis manos...

un correo no implica nada, un correo no implica nada, un correo no implica nada...

Después de la prohibición la vida siguió como siguen las cosas que no tiene mucho sentido (Joaquín Sabina dixit). Es decir, todo siguió como siempre. Nosotros teníamos las cabecitas ocupadas con las fiestas, los viajes y los regalos. Y yo, durante un instante de "osoamorosismo" decidí enviar una tarjetita de felicitación (de esas gratuitas, por internet) a casi todos mis contactos.

A todo el mundo le queda claro que cuando alguien envía una tarjeta de esas es porque realmente no está poniendo ni mucho interés ni es algo que le suponga mucho esfuerzo. Obviamente, nadie que haga esto espera recibir una respuesta. Sólamente, y no en todos los casos, alguno de los contactos envía otra tarjetita (generalmente de la misma página que la tarjetita original) con la misma gilipollez que tú enviaste. Lo más normal es que las únicas que respondan sean las dos amigas que han perdido a su novio en los últimos seis meses.

Por eso recibí doble descarga de sorpresa cuando ví en mi bandeja de correo que había llegado respuesta de Él. Al abrirlo, he de reconocerlo, estaba un poco emocionada a pesar de la prohibición , pero no fantaseaba. No me lo permití. Casi incumplo con la prohibición al comprobar que no había enviado la respuesta estándar (otra tarjetita similar), sino que había escrito. Había hecho frases originales hasta completar seis renglones y dos post-datas simpaticonas. Bromeaba, se ríea, daba muestras de escucharme y me contaba brevemente lo que había estado haciendo en los dos días que no nos habíamos visto.

Tuve que recordarme un par de veces que no puedo, o no debo, o no quiero pensar en Él como algo más que un amigo. Ya está. Sólo amigos. Un correo no implica nada.

la prohibición

Me gusta ser anfitriona. Y aunque pueda parecer extraño, no se debe a los halagos o felicitaciones que suelen (y deben) llegar por parte de los invitados (sobre todo porque rara vez me los creo). Sencillamente me gusta ser anfitriona por "la orquestación": me gusta decidir el menú, hacer la compra, cocinar, organizar, recibir, festejar y finalmente despedir. Yo creo que por eso siempre he tenido una habilidad especial para encontrar una razón inexcusable con el fin de celebrar tal o cual cosa. En aquella ocasión, sin embargo, fue más fácil que de costumbre porque la navidad nos amenazaba a todos con su tintineo, sus luces y su frío.

Nuestro grupo de amigos, o lo que es lo mismo, nuestra pequeña familia (porque todos somos extranjeros Acá) está formado por seis personas de dos nacionalidades diferentes. Para esta ocasión, los seis que conformamos el grupo teníamos planes de manera independiente, con lo que era "obligatorio" celebrar la navidad entre nosotros con antelación. Tiramos la casa por la ventana: cóctel de marisco, setas empanadas, cake de olivas, vinos selectos, champagne, cotillón... no faltaba nada. Completaban el cuadro nuestros atuendos de fiesta, corbatas y tacones incluidos. Y por supuesto, él también estaba (vaya, es que él es uno de los seis). Y yo volví a fantasear con él. Mientras organizaba la cena, mientras compraba los langostinos, mientras buscaba las servilletas rojas... yo fantaseaba con él. Y comencé a sentir pánico (y un poquito ganas de morirme) a medida que la noche avanzaba y yo veía que la fantasía iba tomando tintes de realidad.

Todos se fueron y sólo quedó él. - "Demasiado vino para conducir hasta mi casa"- dijo. Y yo me eché a temblar. ¿Podría ser verdad? Iba a quedarse en mi casa... toda la noche... y no había nadie más. Creo que me temblaban hasta las orejas, aunque no lo recuerdo muy bien porque yo sólo podía concentrarme en que no se me notara nada. Cuando el que te gusta (o no te gusta... o no lo sabes... o sólo forma parte de una fantasía, de un juego) es un amigo, no puedes dejarle entrever que te gustaría tener algo con él, porque siempre hay que guardarse la reserva del orgullo. Así que pasó lo que tenía que pasar: hablamos durante mucho tiempo. Hablamos.

Finalmente nos fuimos a dormir. Yo me acosté a su lado, quieta, muy quieta, para que casi no me oyera respirar. - "Si quiere algo conmigo éste es el momento perfecto" - pensaba yo - "pero sobre todo, no te muevas Mari, tú no te muevas". Y no pasó nada. Un minuto más tarde, tampoco pasó nada. Dos minutos más tarde mi pensamiento era completamente distinto. ¿Cómo pude ser tan idiota? ¿Cómo pude olvidar el tamaño de mi culo, la posición de mis tetas, mi estatura...? ¿Cómo pude realmente llegar a ilusionarme? ¿Cómo? Y en su tercer ronquido decidí que era absolutamente necesario instaurar el estado de sitio a aquella fantasía. En ese preciso instante, me lo prohibí. En ese preciso instante, apreté los dientes y nació la prohibición: nunca más volvería a fantasear con él. Prohibido. Caca. No se toca.

 

un cuentito bobo

Él tenía el aire que tienen los buenos colegas: un buen hombro en el que llorar y una buena regañina si es que se tercia porque te has puesto pesadita. Atractivo, aunque no calificable como un bellezón televisivo, parecía esonder mil pasiones en su trastienda, múltiples, conteporáneas, repartidas. Alguien completamente fuera del alcance de una chica-pera, como yo. Pero lo fantaseé. Me permití el lujo de soñarlo. Lo deseé al menos una docena de veces hasta que me lo prohibí por completo. Una noche, juré que sólo seríamos amigos... nada más que amigos. Y hasta aquí todo bien. La vida es así y esas cosas. Pero ahí no acaba todo. El problema verdadero surge cuando la vida te da lo que esperas... y tú no estás preparada para recibirlo; ésta es la temática de este cuentito.

Alimentaban su halo de atracción los detalles de su vida y que yo aún desconocía; sabía que había una novia, que le esperaba amorosa a miles de kilómetros de distancia. Sin embargo, por comentarios que yo había cogido al vuelo en alguna ocasión, no existía relación verdadera entre ambos. Él no parecía tener interés en mantener aquella relación. O sí. No podía saberlo y nunca me consideré poseedora del derecho a preguntar ese tipo de cosas. ¿Qué pensaría si yo le preguntara algo así? Su vida amorosa en aquellos momentos era parte de su trastienda, la misma que yo consideraba llena de pasiones: en parte porque mi imaginación me daba mucho juego, y en parte, porque ya le había visto actuar (en mi propia casa) con una de sus ex-novias. Yo no entendía muy bien lo que estaba pasando. Bueno, para mí era muy claro que mientras su novia esta Allá, él estaba con la ex Acá. Así se ganó su etiquetita de galán de culebrón.

Y yo mientras tanto, sola. Sola como estaba desde hacía mucho tiempo. O sea, muy sola. Pero cuando lo fantaseaba, nunca perdía el espíritu de irreal, de imaginario. Era perfecto porque no era real. Yo no soñaba con él como una realidad potencial. Sólo era algo con lo que pasar el tiempo, con lo que olvidarme de que estaba sola.